EL CARACTER

Del mismo modo que cada perro posee una estructura anatómica particular, el armazón psíquico es también diferente en cada individuo. El carácter, producto tanto de la carga genética como de las experiencias vitales, define a cada perro y le convierte en un ser único e irrepetible.

• El “molde” del carácter, por llamar así al fruto de la herencia, determina la presentación de ciertos comportamientos innatos.

Todo el que ha criado perros ha observado cómo se repiten en la prole ciertas conductas básicas, cualidades elementales del carácter de sus ascendientes. La mayoría de los hijos machos de mi pastor alemán Velo, “claqueaban” como él los dientes cuando ladraban, como mordiendo el aire, 3 veces antes de cada ladrido, independientemente de cual fuera su madre. Es indiscutible que éste era un rasgo heredado, ligado al sexo, pues ninguno de estos cachorros estuvo jamás en contacto con su progenitor.

• Otros comportamientos, en cambio, se producen a consecuencia del aprendizaje.

Cada una de las vivencias del perro obra sobre la matriz rudimentaria de la personalidad, de manera que, cuanto más intensa sea la estimulación, con mayor fuerza se fijarán cierto tipo de respuestas.

• Las experiencias acontecidas durante su edad más temprana, influyen de forma determinante. La manera en que el cachorro aprenda a resolver conflictos marcará indeleblemente su futura identidad de adulto.

• También, aunque en menor grado, infunden carácter las vivencias que se experimentan en la juventud. Prueba de ello es que, cuando se obliga al perro a olvidar asociaciones simples o secuencias complejas de comportamientos, se anulan con mayor facilidad las que se establecieron durante la fase intermedia de la vida que aquellas que se fijaron en el transcurso de los períodos de imprinting o en el más recientemente acaecido.

Para realizar una correcta educación y un completo adiestramiento es necesario conocer el carácter particular del animal que se va a trabajar, y para ello hay que considerar los dos planos en que se desarrolla la maduración: conocimientos adquiridos y vida emocional.

En este artículo resumiremos los principales aspectos de este complejo entramado.

EMOCIONES

Psicólogos y filósofos han aludido durante siglos el término emoción sin entrar a conocer en profundidad su significado concreto. El diccionario de la lengua lo define como “agitación o perturbación de la mente; sentimiento; pasión; cualquier estado mental vehemente o agitado”.

Al hablar de emociones, pues, nos referimos a estados psicológicos independientes de la razón, cada uno de los cuales induce a la realización de acciones específicas. Las emociones ennoblecen y colorean la vida anímica de los animales superiores, configurando un mosaico de infinidad de matices. Es realmente imposible definir con exactitud cada una de las emociones, pues rara vez se presentan aisladamente. Casi siempre aparecen mezcladas, sembradas de variaciones y de matices.

Cualquier lista quedaría corta, pues existen emociones que no son sino el fruto de la suma o combinación, más o menos compleja, de otras. Los CELOS, por ejemplo, mezclan el miedo, la tristeza y la ira.

Para facilitar este análisis, se recurre a descomponer las emociones complejas en grupos o familias genéricas. Charles Darwin fue el primero en constatar la universalidad del impacto de la emociones sobre las expresiones faciales, idénticas en individuos de diferente raza. Darwin consideró los gestos de la cara como la evidencia física troquelada de las fuerzas de la evolución sobre el sistema nervioso central.

Siguiendo esta línea de investigación, Paul Ekman, científico de la Universidad de California, constató la identidad de cuatro emociones centrales, alrededor de las cuales giran todas las demás: MIEDO, IRA, TRISTEZA Y ALEGRÍA, publicando fotografías de rostros de individuos pertenecientes a diferentes civilizaciones y épocas, algunas prehistóricas, que reflejaban expresiones idénticas, mostrando la certeza de que se correspondían con las mismas emociones básicas (Entre las emociones primarias, otros autores incluyen además la SORPRESA, la AVERSIÓN, la VERGÜENZA y el AMOR).

1. MIEDO, temor, preocupación, inquietud, consternación desasosiego, nerviosismo, angustia, susto, terror, en caso extremo, pánico y fobia.

En el perro, el miedo tiene un efecto dinamizante o paralizador, según el carácter activo o pasivo del animal. En casi todos los casos extremos de terror, se evacuan las glándulas anales que emiten un olor tan intenso y desagradable que a veces, en el curso de una pelea entre perros, el vencedor se retira.

El miedo obra en contra del adiestrador pues, en mayor o menor grado, produce diferentes formas de bloqueo psíquico o físico que pueden limitar o, incluso, impedir el aprendizaje.

2. IRA, exasperación, furia, rabia, enojo, hostilidad, irritabilidad, en caso límite, violencia.

Aunque ciertos conflictos o determinadas condiciones ambientales pueden desencadenar comportamientos agresivos en cualquier individuo, el poseer un umbral de irritabilidad bajo o alto responde, en gran parte, a la genética. La frustración, por ejemplo, genera agresividad en los animales activos, mientras que produce desánimo en los sujetos pasivos. El perro dinámico que desea ardientemente obtener algo, se mostrará furioso si se siente obstaculizado o impedido en su propósito. Un ejemplar apático, por el contrario, será menos fogoso e incurrirá con mayor facilidad en la inhibición.

Cuando un perro se enfada busca aliviarse, aunque no siempre la pague necesariamente con el objeto que le irrita. Por ejemplo, muchos ejemplares canalizan contra los asientos del coche la agresividad generada al sentirse abandonados por sus dueños. Otros, al quedarse solos, la pagan con el mobiliario de la casa. Las personas que piensan que estos animales obran así por venganza se equivocan. Simplemente, descargan su frustración.

3. TRISTEZA, pena, desaliento, desesperación, desconsuelo, melancolía, soledad, en caso grave, depresión. Los perros que pierden su auto confianza o los que viven en un ambiente antinatural o aquellos que se sienten confinados o quienes experimentan la soledad por pérdida de su compañero o de su dueño, experimentan toda esta serie de sensaciones.

La causa es siempre la incapacidad de resolver un conflicto que consideran ineludible. El perro abandonado en una perrera de la que no puede escapar puede sentirse triste o, incluso, desarrollar algún tipo de neurosis, depresión o fobia.

4. ALEGRÍA, contento, felicidad, gozo, diversión, deleite, placer, euforia, en caso patológico, manía. Los estímulos positivos, apetitivos, como la comida, la presa, la compañía, etc., generan alegría. El objetivo principal del buen adiestrador es inducir alegría a voluntad en el perro que trabaja. La alegría es la base de una buena relación perro-guía y una vía para crear excitación y, por tanto, energía en el perro.

El juego es un recurso ideal para provocar todo este espectro de emociones. Los animales aprenden jugando. Juegan a cazar, a luchar, a dominarse y a ser dominados, reproducen conductas de apareamiento, establecen la jerarquía social.

A los cachorros les encanta jugar. Si falta el juego, su formación no será completa y su carácter no madurará adecuadamente.

Aunque si se les deja en soledad, puede que jueguen con objetos tales como palos, piedras, zapatillas o cualquier otro, lo ideal es que toda esta actividad lúdica la relacionen con su dueño. Éste debe aprovechar el juego para enseñar a sus perros a ser activos y a desarrollar energía, que el entrenamiento orientará hacia acciones específicas de utilidad, siempre bajo un comportamiento alegre, base de un trabajo brillante. A través del juego el perro aprende del guía, acepta su liderazgo y, al tiempo, le identifica como compañero de correrías.

Sólo un perro feliz, que se divierta con su dueño y mantenga con él una relación cordial, podrá realizar de forma excelente tareas complejos.

ESTADOS DE ÁNIMO

Frente a las emociones, se encuentran los ESTADOS DE ÁNIMO, que muestran una infinita gradación de intensidades durante su duración, indudablemente, más larga.

Para que se establezca un estado de ánimo es preciso que el estímulo desencadenante se mantenga en el tiempo. La muerte de un ser querido, por ejemplo, produce una profunda tristeza de base porque continuamente se experimenta su ausencia.

El tiempo de duración de las emociones intensas es muy breve, de segundos. Por el contrario, cuando el sentimiento de fondo se mantiene durante horas, conforma un estado de ánimo que establece un tono afectivo concreto y que influye en la forma de actuar, aunque no tan enérgicamente como sucede en el caso de las emociones.

La reacción ante la presentación de determinados estímulos puede estar amplificada o atenuada por la conmoción emocional, según el estado anímico activo o pasivo de que se trate. Por ejemplo, en el curso de una situación marcada por el enojo y la irritabilidad, un pequeño estímulo puede provocar una respuesta extremadamente violenta, completamente diferente a la que ese mismo estímulo habría desencadenado en un estado basal diferente. Durante la depresión, por el contrario, la respuesta ante un estímulo apetitivo puede ser mínima o nula.

TEMPERAMENTOS

En un plano por encima del que ocupan los estados de ánimo, se encuentran los TEMPERAMENTOS, que hacen que cada individuo sea más propenso a rememorar determinada emoción, siendo especialmente tímido, jovial o irritable, por ejemplo.

ESTADOS PATOLÓGICOS

Y, aún mas allá, se encuentran los TRASTORNOS emocionales y los estados psicopatológicos que, por encima del individuo, lo atrapan de continuo, como, por ejemplo, el pánico, la depresión, la manía o las fobias.

LA MENTE ANIMAL

Es evidente que la mente racional es exclusiva de la especie humana. Sin embargo, los animales superiores poseen una mente emocional verdaderamente compleja, capaz de permitirles establecer un elaborado sistema de reacción y comunicación.

La rapidez de la mente emocional hace imposible el análisis consciente, meticuloso y ordenado que realiza la mente reflexiva. La velocidad de la mente emocional produce respuestas no deliberadas, que resultan ser mucho más prácticas desde el punto de vista evolutivo.

En muchas situaciones, la supervivencia depende de la velocidad de reacción ante el peligro. Y como la indecisión es perjudicial, las acciones derivadas de la mente emocional, aunque no siempre resulten ser las mas apropiadas, conllevan una clara sensación de seguridad. Dado que el tiempo que transcurre durante la secuencia ESTÍMULO – EMOCIÓN – RESPUESTA ORGÁNICA es mínimo, está claro que se sacrifica la precisión en aras de la celeridad. Se percibe la situación de golpe, como un todo, y se reacciona de inmediato.

La mente emocional puede captar una realidad emocional en un milisegundo, por lo que funciona como una especie de alarma que alerta, por ejemplo, de la proximidad de un agresor. En el lenguaje emocional, lo que verdaderamente importa es cómo se perciben las cosas y qué recuerdan, más que lo que son en realidad. Las identidades en la mente emocional se recuerdan como hologramas, de forma que una parte evoca a la totalidad, relacionando componentes que simplemente comparten rasgos similares. A través de la repetición se establecen asociaciones condicionadas y se consolida una auténtica y selectiva memoria de sensaciones que desencadenan concretas respuestas, reflejas o voluntarias.

Cada emoción tiene su rúbrica biológica característica y desencadena un conjunto de señales que el individuo emite de forma automática cuando se halla bajo su control. Por ejemplo, el miedo, una de las emociones más fuertes, genera en un segundo una serie de cambios orgánicos inconfundibles: expresión facial y corporal típica, con ausencia de movimiento, estado de alerta, ojos abiertos, oídos atentos, detenimiento súbito de la respiración, aumento del ritmo cardíaco y de la presión arterial, tensión típica del abdomen, del cuello y de las extremidades… Ante el miedo a un ataque súbito, la respuesta del individuo es casi tan rápida como las consecuencias orgánicas, pues si no se reacciona con prontitud se puede morir.

Es obvio que, en situaciones urgentes, se impone reaccionar enérgica y rápidamente; no hay tiempo para analizar los pros y los contras, hay que solucionar el conflicto o huir de inmediato. Las células nerviosas que intervienen en estos casos permiten un procesamiento de la información muy rápido pero a costa de una solución imprecisa. Por eso, aunque veloces, estas respuestas son también muy toscas. El problema resultante de esta intuición apresurada es que, a veces, puede ser francamente equivocada.

INTELIGENCIA

Durante los años 1940,s y 1950,s, la psicología académica se hallaba dominada por las teorías conductistas (B.F. Skinner) que sólo medían la inteligencia. Se concedía importancia únicamente a la observación objetiva de la conducta, desterrando la vida emocional interior.

A partir de los años 1960,s, se entró en la era de la “revolución cognitiva”. La ciencia se centraba en averiguar la manera en que la mente registra y almacena la información, al igual que ocurre en el disco duro de un ordenador. Así, se consideraba más inteligente a quien era capaz de acumular y procesar mayor cantidad de información

La psicología humana actual (Sternberg, Salovey, Goleman), sin embargo, adopta una visión más amplia de la inteligencia. En el presente se considera más inteligente al individuo que enfoca más adecuadamente su existencia. En nuestros días se considera la inteligencia como un asunto decididamente personal o emocional.

La inteligencia animal es la “capacidad de emplear eficazmente las experiencias pasadas para solucionar conflictos en el presente y evitarlos en el futuro”.

El perro actúa a instancias de su inteligencia emocional, siendo ésta la que lo asemeja al hombre. Es un grave error, sin embargo, atribuirle emociones que no es capaz de albergar. Humanizando al perro se le perjudica enormemente, pues se establece con él un sistema de comunicación erróneo. Al perro le falta imaginación para entender nuestro lenguaje pero, en cambio, nosotros si podemos aprender el suyo. Que el amo comprenda a su perro es magnífico para ambos. Cuanto mejor lo haga, mejor será la comunicación y mayor el vínculo que se establezca.

Los diversos investigadores llegan a conclusiones diferentes con respecto a la inteligencia canina. La mayoría de las escalas de inteligencia animal sitúan al perro casero por encima del perro salvaje o del lobo, pero no hay que olvidar que existe una enorme variabilidad individual.

Seleccionamos nuestros perros de trabajo deportivo de policía (SchH y RCI) sobre la base de sus altas dotes naturales. Son capaces de completar largas pistas de rastreo, de realizar la obediencia con depurada técnica y de llevar a cabo con fuerza y control la sección de protección, todo ello bajo altos niveles de exigencia y precisión. Pero, ¿podríamos decir que son realmente inteligentes?.

Lo son, dentro, claro está, de los límites de la inteligencia canina, que se manifiesta en diferentes planos: emocional, adaptativo, asociativo, social, etc.

El perro, desde luego, no puede elaborar conceptos, pues carece de la posibilidad de evocar recuerdos abstractos o de prever el futuro. Pero es capaz de solucionar nuevos conflictos a partir de los recursos comportamentales aprendidos, posee la facultad de generalizar y es capaz de encontrar soluciones distintas para la obtención de sus fines.

Hay muchas razas especialmente inteligentes. Muchos ejemplares de pastor alemán pertenecientes a líneas de sangre de trabajo, por ejemplo, están dotadas de un enorme potencial instintivo, gran sensibilidad y elevada capacidad de interaccionar. Los perros de primera calidad se concentran fácilmente, se comunican a perfectamente con el guía, se adaptan sin dificultad a nuevas situaciones y, en todo momento, muestran una predisposición especial hacia el trabajo.

La memoria es una de las armas de la inteligencia y en el adiestramiento se desarrolla enormemente la memoria asociativa. La base de la enseñanza del perro en el desarrollo de destrezas es el condicionamiento, sea clásico para la enseñanza de respuestas a nuevos estímulos u operante para instruirle en la técnica.

Cierto grado de mecanización genera seguridad en el desarrollo de ciertas tareas pero un exceso de ella puede llegar a disminuir la iniciativa del perro y su capacidad de improvisación ante un conflicto inesperado. Durante la enseñanza no hay que olvidar que al tiempo que se troquela al perro para que perfeccione determinadas habilidades hay que mantener y desarrollar su iniciativa, necesaria para muchas labores utilitarias como el salvamento, la caza o la acción policial. El especialista con experiencia procura que el perro mantenga siempre alerta su atención ante la esperanza de nuevas situaciones, siempre bajo la seguridad que establece la autoestima y la confianza en su dueño.

LOS RASGOS DEL CARÁCTER

Cuando se analiza un perro para adquirirlo, para adiestrarlo o para juzgarlo se deben considerar los diferentes rasgos que conforman el carácter. Comentaremos los más importantes.

Temperamento

Podría identificarse el temperamento con el grado de reactividad a los estímulos positivos. Un perro dotado de mucho temperamento se muestra expresivo, activo y vital.

Mediante el adiestramiento adecuado el perro debe aprender a modular la expresión de su temperamento, de forma que cada nivel de energía se adapte exactamente al ejercicio que esté realizando. Por ello, los perros excesivamente impetuosos pueden resultar de difícil manejo, incluso para el guía. Los ejemplares muy fogosos son inquietos, necesitan mucho ejercicio y un adecuado control por parte del dueño. Son animales que, bien llevados pueden dar un alto rendimiento pero que, si se escapan un poco de la mano, pueden acabar siendo ingobernables.

Los perros de trabajo operativo deben tener un nivel medio-alto de temperamento de forma que puedan ser controlados adecuadamente durante el trabajo. Los animales apáticos no sirven y los excesivamente temperamentales resultan de difícil o imposible manejo para las acciones utilitarias.

Los ejemplares de más alta carga instintiva y mayor temperamento, sin embargo, son los preferidos por los guías expertos que se dedican al deporte de alta competición.

 

Actividad

Con este término quiero referirme a la capacidad de actuar por propia iniciativa, de dentro a afuera, la cual está determinada por la herencia, por el aprendizaje y por las circunstancias ambientales y vitales de cada momento.

La actividad es un importante rasgo del carácter que no hay que confundir con el nerviosismo. Los nervios generan excitación incontrolada y, por ello, ineficaz. El animal activo es capaz de auto controlarse y de dirigir su acción hacia un propósito beneficioso. Cuando se encuentra activado el impulso instintivo, el perro activo es capaz de decidir entre alternativas diferentes, de buscar distintas soluciones, de manifestarse por propia iniciativa, aun en ausencia de estímulos externos que le provoquen. El animal activo es capaz de improvisar en el rastro o de manifestar una adecuada agresión al figurante en ausencia de provocación alguna por parte de éste.

La base de la actividad es la esperanza. A los animales activos les acicatea el deseo de conseguir lo que desean, aun sin verlo y les resulta natural mantenerse en el empeño hasta lograr su propósito.

En el adiestramiento, resulta útil el empleo de la presa y/o de la comida para generar compulsión y ganas de hacer. Para ello, en las primeras fases de la enseñanza se emplea el estímulo incondicionado elegido, que se le ofrece al perro a modo de refuerzo cuando se produce el comportamiento deseado. El perro, durante esta etapa, se comporta de manera reactiva.

Si se continúa con este proceder, el perro no funcionará si no es estimulado continuamente. Acabará cansándose de ser reactivo y, cada día, necesitará un apremio más intenso. Al cabo de poco tiempo, ya nada podrá acicatearlo para trabajar, el perro se irá enfriando y acabará por perder la motivación.

Por eso se debe comenzar cuanto antes a desarrollar la esperanza de refuerzo durante el trabajo. Enseguida, el perro ha de trabajar sabiendo que recibirá el refuerzo aunque éste no se encuentre presente y debe aprender a demorar la recompensa. La comida o la presa permanecen ocultas y es el perro quien debe mostrarse activo para conseguirla. Cuando el comportamiento sea el requerido, aparece de repente el refuerzo y el animal puede conseguirlo. El adiestrador se esmerará, durante toda la vida del perro, para desarrollar al máximo la esperanza de refuerzo durante el trabajo, base de la energía, no incurriendo en el error de la estimulación directa mediante la presentación del estímulo instintivo. En ningún momento debe olvidar que, para que el perro madure y evolucione, deberá fomentar su actividad durante toda su vida.

Autocontrol

El perro equilibrado debe poseer nervios templados para poder regular su impulsividad y comprimir su instinto, manteniéndose concentrado en el trabajo, aún en demora o ausencia de recompensa.

El autocontrol y la capacidad de concentración van parejos. Un perro disipado, difícilmente se mostrará sensato. La capacidad de concentración se trabaja desde la infancia y, para ello resulta útil el empleo de comida apetitosa -hígado cocido en dados, o trocitos de salchicha, por ejemplo–.

Es conveniente emular la actitud del perro de muestra, marcando todas las fases del ciclo: inmovilidad, tensión, atención y compresión del instinto, liberación explosiva, de un salto, para atrapar a la presa -la comida-.

Se procede de la siguiente manera: Se le muestra al perro una pequeña porción y se le hace sentarse. Tras uno o dos segundos de concentración, se rompe la orden y se le permite comerla. Así, alargando progresivamente la fase de tensión, se consigue aumentar la concentración, al tiempo que se desarrolla el autocontrol.

Tenacidad

La tenacidad es una característica imprescindible en el perro operativo y, aunque es entrenable, quizás sea la menos influenciable por el entrenamiento.

El adiestramiento puede enseñar al perro la obligación a terminar su trabajo. Pero eso en poco se parece a la obstinación natural de algunos ejemplares por no cesar en su empeño hasta conseguir el objetivo buscado.

La tenacidad, como todos los rasgos de carácter que implican actividad, está en relación con el nivel de carga instintiva. Un animal sin motivación instintiva no puede ser tenaz.

Hay perros de alto temperamento y de buen nivel de instinto predatorio que abandonan enseguida la labor cuando no vienen bien dadas. Para ser tenaz hay que tener instinto, pero también cierto grado de dureza.

Sólo los ejemplares dotados de empeño son capaces de crecerse ante las dificultades. Únicamente el perro con tesón termina la pista de rastreo difícil o persiste en la búsqueda de la persona sepultada en una catástrofe o detiene al delincuente que pretende escapar.

Dependencia

Muchos propietarios piensan erróneamente que sus perros son independientes cuando, realmente, no han sido acostumbrados a convivir con el hombre. Pero los hay absolutamente autónomos, sin el más mínimo sentido de grupo. Y esta forma de ser no es precisamente conveniente para el adiestramiento.

Para un buen trabajo es imprescindible una buena relación perro-guía.El criador debe fomentar en el cachorro la necesidad de contar con la compañía del hombre. Pero hay que mantener un adecuado equilibrio entre el apego y la dependencia obsesiva pues tan inconveniente resulta que el perro autista trabaje para sí mismo como que el excesivamente apegado no pueda resolver conflictos por sí solo.

Paciencia

Hay perros dotados de una paciencia asombrosa.

Mi perra de pastor alemán Simba aguantaba de los perros lo indecible, soportaba el acoso más pertinaz sin inmutarse. Sin embargo, todo tenía un límite. Recuerdo que otra de mis hembras, Gala, estuvo molestándola durante días hasta que de repente, Simba se revolvió y le propinó una buena paliza. Desde entonces, nunca volvieron a acercarse.

Sociabilidad

El perro, como el lobo, es un animal gregario. Por ello es tan importante que durante los periodos de domesticación -el perro considera al hombre como a un igual-y socialización -el perro aprende el lugar jerárquico que le corresponde-el dueño sepa qué hacer y cómo hacerlo.

Existe una tendencia innata a estar en grupo y una predisposición a aceptar las reglas del mismo. Los animales sociables y bien socializados por su criador, primero, y por su dueño, después, no presentan dificultades para integrarse en la familia ni para vivir entre gente.

Desde el momento en que se detecte el más mínimo indicio de problemas en la sociabilidad del perro se debe recurrir al consejo de un especialista.

En el mundo civilizado actual es intolerable que el perro cause problemas. En este sentido, cada propietario es responsable de que su perro no moleste.

Quienes no saben de perros confunden frecuentemente sociabilidad con afectividad generalizada. No hay que olvidar que un lobo sociable se relaciona exclusivamente con los miembros de su manada. Del mismo modo, el perro debe limitar sus expresiones de afecto, sus juegos y, en suma, su relación, a la familia con la que vive.

El perro bien educado se muestra indiferente a extraños, sean estos personas o animales. Y quede claro que indiferencia equivale a desinterés absoluto.

Un perro así, sencillamente, no espera nada de nadie. Como ni le preocupan ni le motivan los demás, no se sentirá inclinado a presentar ni agresividad ni afecto hacia nadie ajeno a su comunidad. Sólo de esta forma no estará permanentemente distraído y centrará su mundo en su amo.

Únicamente el perro que no alberga esperanzas de agresión o cariño por parte de la gente a quien no conoce, permanecerá tranquilo junto a su dueño. Tan sólo aquel que no tiene que demostrar su superioridad frente a cuantos perros se crucen en su camino se sentirá siempre seguro de sí mismo.

Ante la pregunta ¿puedo tocar a su perro?, la respuesta debe ser siempre no. Se puede dulcificar la negativa añadiendo “por favor, no lo toque porque lo estoy educando para que no se vaya continuamente con todo el mundo” o “por favor, no le llame porque luego no me atiende”, o recurriendo a cualquier otra excusa similar.

Nadie puede dudar cuánto me gustan los perros. Sin embargo, me molesta tanto como a cualquiera que uno de estos apasionados animales, que proyectan sin miramientos su cariño, me manche de babas los pantalones. Numerosas veces he rogado a un desconocido que llame a su perro cuando éste se acerca peligrosamente a mi traje. Y no pocas de ellas la respuesta ha sido: ¡no se preocupe, que no muerde!. Si entonces, ya a la desesperada ante el inminente desastre, insisto ¡llámelo, hombre, que me va a manchar! es el dueño del perro quien se molesta y quien acaba quejándose ¡desde luego, hay que ver… la de gente que no le gustan los animales!.

En incontables ocasiones cuando, paseando por un lugar público con uno de mis ejemplares adiestrados –por cierto, con la correa colocada, tal y como marca la ley- me he encontrado con un perro suelto que se acercaba al mío y he rogado a su propietario que lo llamara y lo sujetara, la respuesta inmediata ha sido la cantinela de siempre: ¡no se preocupe, que no muerde!. A pesar de reiterar mis súplicas, muchas veces el perro termina olisqueando al mío -¡que debo mantener tumbado para inhibir su instinto y evitar una pelea!-.

Es muy difícil luchar contra la falta de cultura canina. En España, desgraciadamente -y salvo honrosas excepciones- no se sabe tener a los perros. Mucha gente se resiste a asumir que el perro ajeno no se toca. Todo el mundo comprende que es una falta de urbanismo acariciar a un desconocido en la vía pública -en el caso de que se deje y no propine al ardiente espontáneo un buen bofetón–, sin embargo cuesta mucho trabajo aceptar que hay que respetar a los perros.

Un perro con su afecto mal enfocado, en su afán de recibir caricias de cualquiera y de prodigar indiscriminadamente sus lametones, derribará al suelo a niños y ancianos, ensuciará con sus patas y con su saliva a cuantos tenga a su alcance y representará un fastidio para propios y extraños.

Un perro convenientemente socializado, por el contrario, se comportará con discreción y su comportamiento, tranquilo y ordenado, hará de su compañía un verdadero placer.

Dominancia

Decíamos que perros y lobos son animales instigados por su instinto a la existencia dentro de un grupo. Cuando se ha realizado adecuadamente la domesticación durante su primer período vital, el perro considera al hombre como perteneciente a su misma especie. Y como quiera que el perro de compañía ha de vivir en una familia, no tiene más remedio que expresar sus tendencias dentro de esta comunidad.

El problema es que el afán de someter es una de las puertas de activación del instinto de defensa y no olvidemos que el comportamiento más expresivo en este sentido es el morder. Un importante porcentaje de mordeduras de perros a personas corren a cargo de los ejemplares propios y obedecen a una incorrecta ordenación jerárquica.

De ahí que sea tan importante educar al cachorro adecuadamente. Si no se subyuga de pequeño difícilmente lo hará cuando, llegada la época adulta, se encuentre bajo los influjos de las hormonas sexuales masculinas -andrógenos-y, habiendo completado su desarrollo, se sienta pleno de vigor, en pleno uso de sus facultades.

El trato con el perro dominante es muy difícil para el profano, especialmente para aquel que tiende a humanizar los comportamientos animales.

Nadie duda que el perro no es un peluche, ni tampoco un niño. Sin embargo, muchos se niegan obstinadamente en aceptar este hecho.

Si el perro es dominante y hay niños pequeños en la familia intentará subyugarlos y rápidamente el dueño se preocupará por el problema. Pero si sólo vive con adultos y estos son poco enérgicos, generalmente mujeres que muestran hacia él poca autoridad y le consienten todos sus caprichos, la gravedad de la cuestión no se reconocerá hasta más tarde.

Tratando equivocadamente al perro se le confunde y se le da pie para que, llegada la edad adulta, desee ocupar el puesto del líder -y luchará para ello-. Pretender que, de repente, se someta sin resistencia si no lo ha estado hasta entonces, no es sino un despropósito. Si no sabe canalizar la presión, cuando se sienta forzado a abandonar el sofá, en el que tantas horas ha pasado, se defenderá y se sentirá acuciado a morder.

Hay que aplacar el más leve indicio de dominancia inadecuada del perro desde el mismo momento en que aparezca. Al pequeño cachorro, se le colocará firmemente sujeto boca arriba, con su dorso en el suelo, y se le mantendrá en esta posición hasta que se rinda y deje de debatirse. Si el dueño duda cómo enseñar a su perro deberá solicitar apoyo profesional cuanto antes.

El impulso de dominancia posee una base genética y no guarda relación con el tamaño del individuo. Por ejemplo, el Rottweiler tiende a la dominancia tanto como el Cocker.

Los individuos más propensos al liderazgo comienzan a dar las primeras muestras, alrededor de los dos meses de edad, en torno al cuenco de la comida. Durante este primer período social existe una alternancia entre los hermanos de camada en el puesto de cabecilla pero, enseguida, generalmente el macho más grande y fuerte, se erige en jefe de forma definitiva.

El sujeto dominante mantiene su puesto, sin que necesariamente deba pelear físicamente para ello. Sus repetidas muestras de hegemonía inhiben al resto en la disputa del cargo. Come antes, desplazando del recipiente del alimento a los demás con sus gruñidos, se pavonea continuamente, elige el espacio físico mejor, etc. Para que no aumente la dominancia del primer alfa en detrimento del carácter del resto, el criador debe apartarlo en este momento.

Un perro dominante debe ser correctamente socializado en la segunda fase de su educación, de forma que en ningún momento albergue dudas con respecto a su lugar en la jerarquía familiar.

Debe dejársele claro que su dueño es el “alfa”, que los hijos de su dueño no son sus hermanos y que su lugar es el último del escalafón, por debajo del de todos los demás componentes de la casa. Si vive en un piso y no puede estar apartado durante las comidas familiares, esperará al último turno y comerá, sólo y sin ser incomodado mientras lo hace, en un sitio aparte. Bajo ningún concepto se le ofrecerá comida de la mesa, ni se le permitirá ladrar par llamar la atención, ni se le dejará ocupar lugares elevados, como los sillones o la cama.

Se le asignará un espacio limitado para que lo considere como propio. Si no se dispone de mucha superficie en el hogar, se emplazará en un rincón un parque adecuado a su tamaño. Evidentemente, si el perro dominante es grande, el dueño inexperto y, además, no hay suficientes metros cuadrados en la casa, el conflicto puede llegar a ser insostenible.

Se le enseñará a permanecer sólo en silencio y a dormir en un transportín de los que se emplean para viajar.

Jamás se jugará a “pelearse” con él. Nunca se le permitirá morder a nadie, ni siquiera durante el juego.

Se le acariciará de vez en cuando, siempre que el dueño lo desee. Y no se cederá a sus exigencias de esparcimiento.

En resumen, el perro debe entender que la llave de su vida la tiene su dueño.

Pero, con todo, el perro excesivamente dominante es un animal incómodo, de difícil convivencia y, en no pocas ocasiones, excesivamente peligroso. Los ejemplares muy dominantes disputan continuamente el liderazgo a su guía y plantean problemas a la hora de aceptar las normas que impone el trabajo o el día a día.

Aquellos individuos dominantes de fuerte carácter que poseen también otras cualidades que les conforman especialmente aptos para labores operativas o deportivas, han de estar en manos de especialistas. Aún así, se habrá de ser enormemente meticuloso en su adiestramiento y en su trato diario.

Para el resto de aficionados al perro, incluyendo a la mayoría de los deportistas no profesionales, son preferibles ejemplares más dúctiles, con un grado medio o bajo de dominancia que les hace más fácilmente manejables.

Posesividad

Nuevamente, lo ideal es el equilibrio instintivo: un nivel de posesividad suficiente para que el perro desee la presa, que se utilizará a modo de refuerzo durante el adiestramiento, especialmente en el caso de los perros de utilidad y de deporte, pero no tan alto que suponga una fuente de inconvenientes.

Los perros excesivamente posesivos no desean soltar lo que atrapan y no hay que olvidar que, si se activa el impulso posesivo, se está a un paso de la conducta de defensa, cuyo escalón final es el morder. Dominancia y posesividad, atributos frecuentemente asociados, conforman un cóctel explosivo en manos inexpertas.

A este tipo de animales hay que enseñarles desde cachorros a entregar sus pertenencias, premiándoles al hacerlo con comida, caricias y elogios y manteniendo siempre fresca la obediencia al comando ¡SUELTA!.

Territorialidad

Aunque el perro aprende cual es su propio espacio físico desde su más temprana edad, no se despierta en él la conducta de guarda del territorio hasta que no madura su instinto sexual, generalmente entre el año y los dos años de edad.

La territorialidad es, entonces, otra de las vías de activación de la conducta de defensa. Su desarrollo permitirá el desempeño de labores de vigilancia o de protección civil o deportiva.

Temple

El temple es el grado de resistencia a los estímulos negativos, desagradables.

Los perros con mucho temple son duros, poco sensibles a las condiciones climatológicas extremas, resistentes a la presión física o psíquica y al dolor, aptos para el adiestramiento forzado.

Perros poco firmes se vendrán abajo en situaciones en que exista excesiva amenaza, imposición, riesgo, violencia o, en definitiva, peligro. Los perros sin suficiente temple se doblegarán ante las circunstancias adversas

Para el desempeño de labores de policía, para el rescate en escombros, avalanchas y en agua, para el deporte de alta competición, son necesarios perros con mucho temple y temperamento pero que exigen un trabajo firme y una conducción precisa, demasiado difícil, cuando no imposible para el guía poco experimentado.

Recuperación tras la presión

El primer objetivo del adiestramiento es conseguir que el perro sea presionable o, dicho de otra forma, enseñarle a canalizar la presión, sin inhibirse. El perro bien trabajado soluciona los conflictos recurriendo a las soluciones que le mostró su adiestrador durante la fase de preparación técnica.

En la naturaleza se obra bajo presión y sólo los mejores sobreviven. El adiestrador consciente emplea la presión durante el entrenamiento para que el perro se acostumbre a ella, aprenda a manejarla y desarrolle habilidades para evitarla.

Tanto el perro de familia como, en mayor medida, el perro operativo y el de deporte, han de aprender a recibir presión, a reaccionar con energía y a sobreponerse de inmediato y sin secuelas.

Instintos de Presa y Defensa

El estímulo que desencadena el impulso cinegético es el hallazgo de la pieza y su movimiento de huida. El ciclo predatorio completo incluye las fases de “muestra”, “persecución”, “captura”, “muerte” y “transporte” de la presa.

Pero el hombre, con su selección dirigida, ha creado razas en las que la conducta venatoria se halla interrumpida en alguna de las etapas. Así, hay perros exclusivamente de muestra, mientras que otros cobran la caza y la transportan hasta el cazador.

Puede existir, por tanto, impulso de caza sin llegar a producirse el comportamiento de presa. Hay ejemplares que, aunque persiguen la pelota arrojada por su dueño hasta que se detiene, no se sienten motivados a atraparla entre sus fauces. Otros, sin embargo, se vuelven locos portando objetos. Algunos, por fin, carecen por completo de la más mínima motivación.

Ante un conflicto existen dos formas instintivas de respuesta: la defensa o la huida.

Durante el desarrollo del trabajo de protección de los perros de defensa policial y los de deporte de ShH, de RCI y de las distintas variedades de Ring, el comportamiento de defensa-agresión se reserva para las fases de enfrentamiento, durante la inmovilidad del supuesto malhechor.

La conducta de presa se reserva para cuando hay que morder. Que el perro muerda con intención de sujetar, fijando su mordida, ampara al aprehendido. Si el perro mordiera sobre su instinto de defensa, lo haría en diferentes lugares y las lesiones producidas serían de mayor gravedad.

Los perros de guarda y defensa, pues, deben adiestrarse partiendo de estos principios. La labor del figurante de campo, aplicando los conocimientos adecuados y valiéndose de la técnica precisa, es establecer en el perro un adecuado equilibrio entre los instintos de presa y defensa y desarrollarlos hasta su máximo grado.

Cambio de Instinto

Como quiera que es imposible simultanear dos comportamientos instintivos, el perro de trabajo ha de poseer la facultad de cambiar rápidamente de instinto. Por ejemplo, el perro de policía que está sobre la defensa durante el ladrido frente al figurante ha de cambiar a presa si ha de morder, bien porque éste intente huir o porque cargue contra el perro contra su guía.

El perro de trabajo debe participar de los comportamientos instintivos de presa y de defensa, aunque casi siempre uno se encuentre más desarrollado a expensas del otro.

La táctica a seguir para estimular al perro es apoyarse en el instinto preponderante y, cuando la energía de éste se encuentre en su punto álgido, cambiar al otro. Así, el perro presero se trabajará sobre estímulos de presa para que aumente su actitud y sea capaz de soportar cargas del figurante. Si la presión que ejerce éste no fuera canalizada de esta forma, se provocaría inhibición del instinto predatorio y ello haría que el perro se sintiera incitado a huir o a manifestar conductas de evitación.

El perro defensivo, por el contrario, se incitará sobre la defensa para que descargue sus pulsiones sobre la presa, actuando ésta a modo de escape seguro. Ante el figurante inmóvil, los perros naturalmente defensivos deben canalizar sus inseguridades hacia la agresión y, frente al figurante en movimiento, hacia la mordida de presa.

El objetivo final es fomentar el instinto de lucha, que podría definirse como “el comportamiento en presa con la intensidad de la defensa”.

Ductilidad

El perro, de compañía o de trabajo, ha de ser, en definitiva, lo suficientemente moldeable como para dejarse enseñar y conducir por su guía.

Hay perros que parecen interpretar el pensamiento de su amo, que se muestran en un permanente estado de atención hacia él y que resultan extraordinariamente fáciles de manejar. Otros, por el contrario, son reacios a obedecer y continuamente intentan evadirse del cumplimiento de las órdenes o las normas que su dueño le impone.

Los animales que se resisten a su guía no hacen sino dar muestras de una preparación insuficiente o incorrecta. Claro está que la tendencia a mostrar buena disposición hacia el trabajo tiene una base genética. Pero un adiestrador experto, sabrá sacar de cada ejemplar todo lo bueno que tenga.

Aún así, habrá un cierto número de individuos que, por su carácter excesivamente áspero e independiente, no sean capaces de formar parte de nuestra sociedad.

Muchas personas que desean un perro basan su sus preferencias en la estética. Aunque la estructura es importante, pues condiciona las posibilidades de empleo de cada individuo -sería imposible hacer footing con un bull-dog o confiar la custodia de la casa a un yorkshire–, no lo es menos la personalidad.

La elección del perro ha de basarse en el correcto conocimiento de la raza y de las líneas de sangre de sus progenitores. Pero, en última instancia, será el carácter quien determine el vínculo que se establezca entre él y su guía.